De un tiempo a esta parte, captó la atención de científicos y emprendedores que lo recomiendan para estar mejor; qué variedades ofrece y para qué puede utilizarse
Entre su trabajo en un negocio familiar y el final de Estadística, a Facundo Pizarro le costaba concentrarse. “Estaba agotado, me sentaba a leer los apuntes y no entendía nada. Hacía rato que me sentía sin energía, pero jamás me había costado estudiar. Empecé a investigar sobre cosas que pudieran ayudarme a enfocarme y llegué a los hongos adaptógenos. Se me abrió un mundo nuevo”, cuenta este estudiante de Economía, de 22 años.
Existen desde hace cientos de millones de años, pero recién desde hace unos pocos están recibiendo en esta parte del mundo la atención de científicos y emprendedores que los consideran una fuente de bienestar. Los hongos adaptógenos –así se llama a la familia del reino fungi que ayuda al organismo a adaptarse al estrés y mantener el equilibrio en varias funciones fisiológicas– están captando la atención de cada vez más personas, que los suman a su rutina diaria.
Melena de león para la memoria y la concentración; Cordyceps para tener energía; Reishi y Ashwagandha para bajar el estrés y descansar mejor; Rhodiola Rosea para enfocarse ante un examen, Chaga para reforzar el sistema inmune o Tremella para tener una piel radiante, son algunos de los hongos que más se utilizan en pos de sentirse mejor. Algunos médicos los avalan y recomiendan como complemento de una vida saludable, mientras que otros son más conservadores y sostienen que su uso no tiene los beneficios que prometen, pero que consumirlos no hace ningún daño.
Lo cierto es que los hongos llegaron para quedarse. En la Argentina, la explosión fungi coincidió con la pandemia. Sobre todo, porque la gente empezó a buscar alternativas para contrarrestar los problemas de salud mental surgidos durante la cuarentena y muchos aprovecharon el encierro para iniciar el autocultivo y estudiar en profundidad el universo fungi.
De aquellos interminables días brotaron –como hongos– fanáticos en todo el país. Uno de ellos es Nicolás Drucaroff, un exfotógrafo de moda que dejó su profesión para dedicarse al cultivo de hongos gourmet y creó Flora Almacén, desde donde vende kits de autocultivo llamados Nikinoto Funginista. Se trata de bloques de álamo y alfalfa a partir de los cuales es posibles producir entre 800 y 1500 gramos de hongos de distintas especies comestibles. “En los restaurantes veganos los hongos son reyes, así que les inventamos un trono donde pudieran crecer a la vista de los comensales e hicimos la primer fructificadora de hongos argentina ubicada en el corazón de Villa Crespo, donde hoy se encuentra el restaurante Chuí”, contó Drucaroff, que hoy cultiva hongos gourmet para los grandes de la gastronomía.